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CERRITOS, HISTORIA VIVA

Pedro Félix Gutiérrez Turrubiartes, cerritense de origen y corazón.
Pedro Félix Gutiérrez Turrubiartes, cerritense de origen y corazón.

PEDRO FÉLIX GUTIÉRREZ.- Deben ser míticos esos cerros. El de las Peñas, donde se aparecen los chaneques, el Caballero Marcial en su caballo de fuego y miles de “lucecitas” por las noches que son las brujas danzantes, almas de las mujeres muertas en pecado. Y el otro cerrito, el de la Cruz, donde un inmenso templo inacabado gobierna con la espiritualidad católica del pueblo. Ambos son los centinelas del pueblo de Cerritos, en un tiempo granero del Estado y ahora expulsor de migrantes: miles de familias viven allá en Estados Unidos. Incluso en Chicago hay una colonia que así se llama.
Cerritos es ahora sede de todas las agencias bancarias que van por los dólares de los paisanos migrantes y residentes, dólares que llegan puntualmente por diversas vías a sus habitantes.
El comercio endulza el día y la vieja parroquia de San Juan Bautista, donde me inicié como monaguillo y ladrón de tostones, aquellas enormes monedas de cincuenta centavos con Cuauhtémoc como efigie guardados en secreto lugar. De ahí desaparecieron los frascos de leche donde los guardaba. Nadie reclamó.
Frente a la iglesia estaba “El Ocho Negro”, puesto de dulces y novedades traídas de San Luis por mi padre telegrafista ferrocarrilero que en un carromato sobre la vía viajaba a San Luis vigilando la vía y el alambre y su posterío. Eso era el telégrafo.
La vieja estación del tren y sus clásicas gorditas, obligado manjar y paseo, y la imagen de Penélope con su bolso de piel marrón en una banca, son abrumadoramente cotidianas y ensoñadoras. Desde ambos cerros puede verse el tren como aguinaldo de juguetería, diría nuestro López Velarde en “Suave Patria”.
“Después de la dicha” fue la última obra teatral extensa de Manuel José Othón, juez en esta tierra. Su amigo Ángel Veral, de Matehuala, cuenta que se paseaban todas las tardes por las afueras de la ciudad. Y otras veces sentados en la cúspide del cerrito “de la cruz”, Othón le hablaba de los grandes maestros de la literatura. Recitaba primorosos versos o relataba con voz ahogada por los sollozos sus emociones gratísimas en el estreno de su drama “Después de la muerte”. Las horas huían veloces y descendíamos del cerrito –dice Ángel– verdaderamente conmovidos por sus triunfos e ideas sobre los poetas, la literatura y sus maestros.
Pocos saben ahora que este pueblo fue fundado por el vasco Martín de Turrubiartes, a quién dieron merced de tierras. De ahí este apellido se distribuyó por toda la zona media hasta Tampico.
A un lado del edificio que hoy ocupa la presidencia está la sede de la alianza de obreros y campesinos, que fundó con otros mi abuelo Alberto Turrubiartes. Después compraron casa e instalaron el templo de la orden masónica “Benito Juárez García”, sitio donde nací; ahí vivían Pedro y María, mis padres. En ese lugar me inicié sin saber nada en el rito, durmiendo en la caja de muerto de madera negra donde uno se moría para renacer según los viejos letreros que rodeaban el sitio pintados con carbón en el papel revolución. Después supe que el sueño es el ensayo eterno de la muerte. En medio del patio una gran higuera nos proporcionaba higos exquisitos de gran tamaño que golosamente disfrutábamos.
Fue ése Cerritos en el que vivió Othón, la desolación abrumadora de un pueblo hosco y abandonado lleno de trémulas campanas. Ahí escribió su magnífico poema “Noche rústica de Walpurgis”, todo un himno a lo oscuro e impenetrable. Pero, ¿qué les contaba Othón a sus amigos en aquel polvoso pueblo y desde el cerrito de la cruz? Les hablaba de Horacio, de Quinto Horacio Flaco, quien aprendió poesía campesina y después en griego escribió sus primeros versos. Les hablaba de Virgilio y de Cayo, ambos mecenas de poetas y literatos. De sus sátiras, odas y epístolas, sobre todo de sus sátiras donde el poeta aborda cuestiones de ética como el poder destructor de la ambición, de la estupidez de los extremismos de la ambición y el poder.
Les hablaba también de Virgilio cuya “Eneida” le llevó más de diez años construir y que, al igual que Othón, quedo huérfano de padre.
Más recientemente se recuerda que ahí en Cerritos vivió Antonio Rocha Cordero quien luego fue gobernador potosino y su secretario particular Fernando Silva Nieto. El hermano de Antonio fue Rafael, quien hizo carrera militar y luego dirigió la Policía del Distrito Federal. Pero también se recuerda con aprecio y alta significación a Rafael Nieto Compeán quien, como Gobernador del Estado, también da el voto a la mujer y otorga a la Universidad de San Luis Potosí su autonomía.
Continuará.

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